
La capacidad de comunicarnos ante nosotros mismos y con los demás, debe adquirirse, gradualmente, desde las primeras etapas de la infancia, para configurarse como un aprendizaje fundamental en nuestras vidas.
De este modo, los seres humanos somos capaces – o aspiramos a ello – no solo de explicar nuestra existencia (nuestros anhelos, miedos, deseos… y esperanzas), sino de dotarla de un sentido más pleno, más profundo.
Dichas capacidades (reflexión, comunicación, expresión, etc.) se tornan fundamentales cuando nuestra historia personal, o nuestro entorno social, se encuentran con dificultades de diferente orden: estrés, angustia, pandemias, crisis económicas…
A nadie se le escapa, en estos momentos de máxima incertidumbre, para la sociedad occidental, que las prácticas artísticas, en general, y las disciplinas plásticas en particular, juegan un papel crucial en el desarrollo íntegro de las personas en todas sus dimensiones.
El prestigioso poeta R. M. Rilke afirmaba, seguramente con razón, que la única patria de los seres humanos es nuestra infancia. Puede que existan más. Es probable. Pero resulta evidente que la infancia es la primera de ellas, el terreno de la memoria sobre el que se asienta, lentamente, el resto de nuestra vida. ¿Cómo no cuidarla? ¿Cómo no protegerla en su condición de tesoro y salvación para nuestra propia existencia y la de generaciones futuras?
A continuación se muestran los trabajos plásticos que niños y niñas de diferentes edades han realizado durante estos días de cuarentena:
JULIA (7 años)
JOEL (6 años)
SUSANA (11 años)
PAULA (9 años)
IRIA (3 años)
CANDELA (7 años) y SALVADOR (5 años)
MATEO (3 años)
GUILIA (6 años) y NEREA (2 años)
MARTÍN (6 años) y EVA (3 años)
MARCOS (10 años), MARTINA (6 años), DANIEL (4 años) y MATÍAS (2 años)
PABLO (5 años)
ESTHER (6 años) y MIGUEL (4 años)
PAOLA (5 años)
PAULA (11 años)
LAURA (7 años)